Detrás del
silencio del universo, detrás de las nubes de la historia, ¿hay o no hay un
Dios? Y si lo hay ¿nos conoce?, ¿tiene que ver con nosotros? ¿Es un Dios bueno
y la realidad del bien tiene poder en el mundo o no?
Estas
preguntas están actuales, están tan teñidas de amargura y dolor, como en pocos periodos de la historia. Y ante
la inquietud que crece, muchos contemporáneos se atormentan: ¿por qué este Dios
que nuestro corazón busca e intuye, no se deja oír?
Donde
encontramos a Dios?
Yo conozco tres caminos:
Primero, la oración. En el llanto ahogado, en la zozobra y la desesperación, elevar el alma al cielo pidiendo auxilio, nos abre una puerta al Padre, que siempre escucha nuestro pesar y viene a nuestro encuentro. Siempre. Viene trayendo consuelo, dándonos una paz que nada ni nadie puede darla.
Yo conozco tres caminos:
Primero, la oración. En el llanto ahogado, en la zozobra y la desesperación, elevar el alma al cielo pidiendo auxilio, nos abre una puerta al Padre, que siempre escucha nuestro pesar y viene a nuestro encuentro. Siempre. Viene trayendo consuelo, dándonos una paz que nada ni nadie puede darla.
Segundo,
creer más allá de todo argumento, de todo planteo. Creer ciegamente, entregar
nuestra confianza a Dios, más allá de toda duda, de todo temor, de todo fastidio.
Cuando ponemos el alma en ese Dios que
no vemos y del que no tenernos más pruebas que las que El quiera darnos, y hacemos
de esta profesión un hábito que la haga visible en lo cotidiano, comenzamos a
transitar los caminos del creyente que da testimonio en silencio, con los
hechos.
Tercero, la
caridad. Cuando la profesión de fe en Dios se hace hábito y vida, se convierte en una llama de amor que encienda nuestro ser,
que nos mueve por amor a ayudar y acompañar al prójimo, especialmente en sus tiempos
de gran zozobra y amarguras, en sus crisis de oscuridad y llanto.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario