Religiosas que hicieron mella en mi vida I


En 1983 con tan solo 12 años ingresé al Colegio Santa Teresita del Niño Jesús, a 90 km de mi hogar. Como no teníamos secundaria en mi pueblito, mis padres eligieron este Colegio por su nivel académico, por ser religioso y especialmente porque albergaba a niñas de lugares lejanos, en condición de pupilas, de lunes a viernes.

Si bien otras niñas del pueblo, viajaban todos los días para ir a un secundario mas cercano, papá no estaba tranquilo al saber que varias horas estaríamos solas y en contacto con gente que el no conocía, ni tenia a su vista. Fue su celo protector el que primó a la hora de decidir, por lo que continué los estudios junto a mi hermana Alicia, bajo la guarda y guía de las Hermanas Dominicas.

Siempre estuvo ese colegio en los planes de papá, como el lugar de nuestros estudios. Cada vez que viajábamos a Ceres, para visitar a los parientes y llevar flores a la tumba de mi abuelo, el me decía mientras pasábamos por Hersilia: - “Ves ese edificio rosado, ese va a ser tu colegio, vas a poder estudiar hasta hacerte maestra. Y si te portas mal, les voy a decir a las monjas, que no te dejen salir ni para ver el sol”.

Si bien para un extraño estas palabras pueden resultar mas una amenaza que una advertencia, ese era el modo que tenía mi papá para decirme que no fuera tan traviesa. Era su manera de prepararme para enfrentar desafíos importantes lejos de el, haciéndome saber que siempre iba a estar de algún modo cuidándome, al darme un ámbito de vida resguardado.

Cuando llegó el momento, papá y mamá me llevaron un domingo a Hersilia, me presentaron a las Hermanas y luego de ayudarme a ordenar mis cosas se fueron antes del anochecer.

Al año siguiente le tocó seguirme a mi hermana Alicia, juntas compartíamos con otras 50 adolescentes la experiencia del internado pupilar, para poder educarnos.

La Comunidad Religiosa en esos tiempos estaba integrada por varias Hermanas que se repartían las tareas. Hubo renovaciones y traslados, por lo que varias veces sentimos la despedida de alguna Hermana, y tuvimos que adaptarnos a las nuevas Hermanas que venían.

Durante los 5 años de mi cursado tuvimos 2 madres superioras. La primera muy mayor, solía leer mucho y siempre tenía tiempo para charlar con alguna de nosotras sobre algún tema especial. La segunda madre superiora me atrapó por el parecido con mi abuela paterna, era mayor pero muy activa. Organizó una huerta, amplió el jardín y mejoró las plantas que en macetas adornaban los corredores. Y era la gran chef de nuestra cocina. Como era maestra en mis dos debilidades, en mis tiempos libres me la pasaba acarreando agua para regar sus plantas y mientras caminábamos por la huerta vigilando si habían o no malezas, nos hacíamos de unas mandarina para probar. Charlábamos de cosas simples. La tengo en mi corazón de un modo tan especial, la Madre María tenía por aquel entonces mas de 60 años y era tan feliz en su consagración a Dios, que para mi era una santa.

También recuerdo a la Hermana María del Carmen Bellovino que era la representante legal del colegio. Tenía unos 30 años. Era muy alegre, cantaba y tocaba la guitarra mas lindo que la Hemana Glenda. Con su vos angelical y sin parlantes, recorría los pasillos llenándonos de alegría con las Alabanzas más bellas que escuché, dirigidas a Dios. Cuando estaba contenta, bajaba las escaleras saltando y se sentían sus pasos cuando apurada se dirigía al aula o la capilla.

También viene a mi memoria la Hermana Mónica que nos enseñaba el modo de meditar la Palabra, nos orientaba en la preparación diaria del rosario de las seis de la tarde, nos compartía tarjetas y fotos de paisajes hermosos…

La Hermana Graciela era muy seria para la edad que tenia, pues la recuerdo joven y sin sonrisas. Muy atenta a todas, estaba siempre dispuesta a ayudarnos en las tareas, nos acompañaba en los almuerzos y cenas iniciando las bendiciones.

Un lugar muy importante en mi memoria ocupa la Hermana María Magdalena Araya, quien fue nuestra guardiana y la responsable de nuestro comportamiento ante la Comunidad Religiosa. Ella llegó al colegio una noche de mayo de 1983, enfundada en un tapado negro hasta los pies y con un paso que me impresionó.

Durante los primeros días nos fue dando las indicaciones y nos explicó como debíamos comportarnos en el colegio, durante nuestras horas libres. Muy estricta y muy justa a la hora de solucionar los enredos que se generaban todos los días entre las chicas.

Una a una nos fue conociendo, sabiendo de nuestras familias y sus problemas; fue descubriendo nuestra manera de ser y nuestro carácter. Nos fue dando de a poco los gustos que mas felices nos hacían. Nos dejaba jugar boley durante los tiempos libres, solía organizar alguna noche de cine, cuando no teníamos evoluciones al día siguiente.

Pero lo que mas me gustaban eran las tardes libres, cuando comenzaba a relatar historias. No solo nos contaba de un modo único historias bíblicas, las que mas me gustaban eran las historias de vida, relacionadas con improntas de Dios en diferentes familias. Nos iba mostrando con cada historia familiar, como aparecían los problemas a partir de las debilidades y como se fortalecían con las virtudes.

En fin… fueron años muy caros a mi corazón porque aprendí a amar ese modo de vida, donde uno trabaja, estudia, medita, tiene su tiempo libre para compartir o en soledad. Vive en comunidad y al mismo tiempo en la soledad necesaria para comenzar a oír la voz de Dios en su interior.

En otra ocasión les voy a contar las tantas travesuras que pergeñamos y ejecutamos como adolecentes, en esos tiempos de internado. Fueron muchas las trapisondas y bromas, muy divertidas y de diversas consecuencias.

1 comentario:

Sor.Cecilia Codina Masachs dijo...

Mi estimada Edit:
Tiene usted un corazón grande y agradecido, me place leerla con esa delicadeza que siempre trata las cosas.
La felicito por su trabajo, por recordar a estas religiosas que en alguna manera veo que le hicieron un mella hermosa.
Con ternura.
Sor.Cecilia